A veces se oye decir que el cerebro no es más que un
ordenador cuántico.
Ya se sabe que la teoría cuántica es ampliamente utilizada
(incluso excesivamente utilizada) por enfoques mentalistas muy diversos. Lo que
resulta algo más sorprendente es su uso por parte de partidarios del
reduccionismo fisicalista. Casi parece un último recurso, un poco desesperado,
para salvar lo salvable de las concepciones materialistas.
Bien, ¿sirve de algo esa idea, por otra parte tan sugerente,
del OC (ordenador cuántico)?
El principal problema es que los ordenadores
cuánticos no existen. Todavía no existen, vaya. Así que hay que tratar de
imaginarse cómo podrían ser y funcionar.
Un OC podría aprovechar la superposición cuántica de modo
que toda una estructura pueda colapsar en distintas configuraciones
determinadas por las funciones de onda de sus partículas. Es decir, los
distintos estados posibles de los componentes de una máquina no vendrían dados
por una combinación de impulsos eléctricos en sus circuitos, interpretados, por
ejemplo, como ceros y unos, que sería la forma de trabajar de nuestros
ordenadores normales. Por el contrario, un OC funcionaría con componentes en
superposición cuántica.
Naturalmente, por muy pequeño que sea un microchip y por
muchos circuitos que seamos capaces de incluir en él, la cantidad sería
irrisoria comparada con los miles de billones de combinaciones que se podrían
establecer entre las partículas que componen un trocito diminuto de materia.
Bueno, ya tenemos algo: un OC dispondría de una capacidad de
procesamiento incalculablemente mayor que una máquina hecha con circuitos
eléctricos convencionales.
Volvamos entonces al cerebro. Una estructura cerebral (y
material, por supuesto) que estuviese en superposición cuántica dispondría de
varios patrones posibles, cada uno de ellos origen de un estado o de un proceso
cerebral, por ejemplo un recuerdo, un sentimiento o la intención de rascarnos
la nariz. Sin embargo, ¿qué es lo que hace que esa estructura colapse en un
patrón o en otro? ¿Qué le haría decantarse por un estado concreto? Y aquí es
donde, como nos descuidemos, volvemos a las explicaciones menos materialistas.
Según la interpretación de Copenhague, que al fin y al cabo es la más ortodoxa
de la mecánica cuántica, la superposición cuántica de una partícula colapsa en
un estado cuando se hace una observación de esa partícula. Así pues,
juntando todo lo dicho, parece que si el cerebro fuese un ordenador cuántico
necesitaría de un observador (¿una mente?) para colapsar las distintas superposiciones cuánticas que a su vez
configurarán los contenidos cerebrales (intenciones, recuerdos, ideas...). O
sea, volvemos a toparnos con una conciencia (inmaterial) que observa y dirige
los estados físicos del cerebro.
Ya dije que aferrarse a la idea del cerebro como ordenador
cuántico podía apoyar un concepto mental (o espiritual) de cómo estamos hechos.
El que avisa no es traidor.